martes, 2 de diciembre de 2014

Carolina sube al purgatorio

La Voz de Galicia, 30 noviembre 2014
Maltratada por su pareja, critica a la administración por darle la espalda. En el peor momento, la asociación Mirabal de Betanzos la rescató de su infierno

Los insultos y las amenazas rompen el alma, pero no dejan cicatrices en la piel. Y sin huellas externas, la denuncia del maltrato se hace más difícil. Carolina se ha hartado de escuchar durante esta semana mensajes de unánime repulsa social contra la violencia de género. Pero cuando necesitó ayuda muy pocos se la dieron. Según ella, por su condición de extranjera en paro. Y porque en los tiempos en lo que todo entra por los ojos, ella no tiene moratones que enseñar.


 Pero ha tenido que recoger los trozos del alma después de convivir con su última pareja. En su relato se repiten los tópicos de otras maltratadas. «Al principio él era adorable, luego ya mostró su verdadero rostro», sentencia. Carolina huyó de Venezuela hace tres años «por la situación de inseguridad» y buscó una oportunidad en España. Es diseñadora de moda. Junto a su currículo traía una maleta de incógnitas y un hijo, fruto de un matrimonio fracasado. Conoció a un hombre que a los seis meses le sugirió vivir con él y con su madre. Y comenzó entonces a caer hacia el infierno. Pasó de ser la pareja a la criada. Y Carolina debía cumplir todas las exigencias, por muy denigrantes que fueran, chantajeada por su pareja. «Me decía que si no le obedecía me denunciaría por estar sin papeles, me echaría a la calle». Hubo un nuevo intento de arreglar el futuro de la pareja mudándose de aquella casa sin la madre. Pero continuaron las amenazas. «Y fue entonces cuando mi hijo comenzó a hablarme de ciertos tocamientos que le hacía él», añade Carolina sobre un asunto que está pendiente de juicio. Otro episodio violento desembocó con una denuncia en el juzgado, donde en pocas horas se celebró un juicio rápido. «Mi abogada se quedó muda, decidió no abrir la boca, fue increíble», recuerda Carolina. Finalmente y, tras un cambio de juzgado por el medio, la denuncia derivó en una orden de alejamiento de 200 metros «que él incumple cuando le da la gana». Asegura que tampoco tuvo suerte con los servicios sociales: «¡Me denunciaron porque decían que había permitido los tocamientos a mi hijo! ¡Qué locura, me lo iban a quitar!» Pero entonces ya estaba en manos de la única ayuda que ha recibido, la asociación de mujeres maltratadas Mirabal, que deshizo aquel entuerto, tomó las riendas de su caso y le ayudó a recoger los trozos del alma rota. Esos que no dejan marcas en la piel.

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